Keynes, una victoria temprana

John M. Keynes (en el centro) charlando con representantes de la Unión Soviética y Yugoslavia durante la Conferencia de Bretton Woods.

Keynes en Bretton Woods

Recientemente se han cumplido 75 años de la firma de los acuerdos de Bretton Woods. Con este evento concluyó la conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas, celebrada en el balneario de Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos) entre el 1 y el 22 de julio de 1944. A un año del desenlace de la Segunda Guerra Mundial, representantes de 44 naciones fijaron las reglas del juego comerciales, financieras y monetarias de la paz, así como las instituciones que las harían posibles. Como resultado, los países firmantes acordaron la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y el establecimiento del dólar como moneda de referencia internacional. También se discutió la necesidad de crear un tercer organismo económico mundial, la Organización Internacional de Comercio, aunque dicho propósito no se materializó hasta 1948 con la firma del Acuerdo General de Aranceles y Comercio.

Conscientes de la importancia de la cita, los estados participantes enviaron a sus más reputados negociadores. Entre ellos destacaba el británico John Maynard Keynes (Cambridge, 1883 – Sussex, 1946). El que por aquel entonces era el economista más famoso del mundo ejercía una influencia directa en la política económica de su país como miembro de la Cámara de los Lores y asesor del ministro del Tesoro. Sin embargo, el predicamento de Keynes no fue suficiente para hacer valer las propuestas de Reino Unido frente a las tesis de Estados Unidos, anfitrión del encuentro y gran vencedor de la contienda. Pese a ello, los 25 años de crecimiento económico y estabilidad financiera que vivieron las economías occidentales bajo las reglas de Bretton Woods le debían a Keynes mucho más de lo que su derrota en esas negociaciones con los norteamericanos dejaría entrever.

Harry Dexter White, negociador de Estados Unidos en Bretton Woods, hablando con John M. Keynes.

Una revolución en el análisis económico: la Teoría general del empleo, el interés y el dinero

En realidad, esta es la historia de una revolución en el análisis económico que comenzó mucho antes. Concretamente, como indican Vines y Wills (2018), cuando el Gobierno británico creó el Comité de Finanzas e Industria – también conocido como Comité Macmillan, por el nombre de su presidente– en 1929 para determinar las causas de la depresión en la que estaba sumida la economía del Reino Unido. En una de las reuniones del Comité en 1930, el gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, mostraba su perplejidad ante la preocupante situación de la economía británica, llamando la atención sobre la dificultad para corregir los desajustes causados por la crisis en la industria. Keynes, que formaba parte del Comité, no sabía cómo responder a la intervención de Norman. El problema era que aún no contaba con las herramientas adecuadas.

En ese momento, Keynes todavía observaba la realidad a través de las lentes del discípulo de Alfred Marshall que fue durante su estancia en la Universidad de Cambridge. Para un economista formado en la tradición marshalliana, el desempleo era un problema muy simple. Se suponía que estaba causado por los sindicatos y el resto de instituciones que lograban mantener los salarios por encima del nivel de equilibrio de mercado. Con esos salarios, la oferta de trabajo de los hogares sería superior a la demanda de trabajo de las empresas. Por lo tanto, la solución al problema del paro era obvia: una reducción de los salarios provocaría una caída de la oferta de trabajo, pues algunas personas dejarían de estar interesadas en trabajar a salarios más bajos. Al mismo tiempo, la demanda de trabajo debería aumentar, ya que para las empresas sería rentable contratar más trabajadores. Un razonamiento como este reflejaría la manera de pensar de Norman y Keynes en el Comité Macmillan. Argumentarían que el nivel de empleo tendría que estar determinado por los salarios fijados en cada sector de la economía, sin depender en absoluto de la política monetaria del Banco de Inglaterra.

Alfred Marshall (1842-1924), economista británico, fue profesor en la Universidad de Cambridge.

Solo después de escribir la Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936), supo Keynes cómo rebatir esa lectura. En su obra cumbre, Keynes explicaba que si una reducción de los salarios no es acompañada por un incremento de la demanda agregada, las empresas serán incapaces de vender cualquier aumento de su producción, por lo que preferirán no expandir su demanda de trabajo. Así, una reducción de los salarios solo provocaría una reducción de los precios de los bienes y servicios producidos por estas empresas. 

A la hora de analizar el desequilibrio entre el ahorro y la inversión se presentaba un problema similar. Para un economista marshalliano, el precio del ahorro y la inversión es el tipo de interés. Si el tipo de interés sube, las empresas deben pagar más por tomar dinero prestado, mientras que los hogares se muestran más dispuestos a prestar sus ahorros. En consecuencia, si el tipo de interés está por encima del nivel de equilibrio, la oferta de ahorro será mayor que la demanda de inversión, y dicho desequilibrio será corregido por un descenso del tipo de interés. En este razonamiento no hay lugar para sospechar, como haría Keynes, que un exceso de oferta de ahorro podría dar lugar a una caída de la producción de bienes y servicios (output).

La Teoría general del empleo, el interés, y el dinero (1936) se considera la obra más destacada de John M. Keynes.

De nuevo en la Teoría general, Keynes explicaba que el tipo de interés es determinado en el mercado de dinero por la preferencia por la liquidez, y se ajustará hasta hacer la demanda de dinero igual a la oferta de dinero, en lugar de igualar el ahorro a la inversión. Si la gente decide ahorrar más, es posible que el tipo de interés no tenga que caer demasiado para corregir el desequilibrio, pues una reducción del output podría volver a igualar el ahorro y la inversión. Para el Keynes que participaba en el Comité Macmillan dicho razonamiento era impensable, pues todavía creía que el tipo de interés se ajusta para igualar la inversión y el ahorro, mientras los recursos permanecen en una situación de pleno empleo.

De hecho, el problema al que Keynes y las economías occidentales se enfrentaban entonces – un bajo nivel de output y un desempleo generalizado – era prácticamente incomprensible para un economista marshalliano. A cualquiera de ellos, la teoría cuantitativa del dinero le habría enseñado que los precios se ajustan hasta lograr el pleno empleo de los recursos. Según esta teoría, con una cantidad fija de dinero en la economía, los precios se ajustan hasta que la demanda de dinero es igual a esta oferta fija y todos los bienes producidos son consumidos. Para ello, los precios deben ser flexibles. Después de escribir la Teoría general, Keynes podía entender por qué un bajo nivel de output sí es compatible con un alto nivel de desempleo: si los salarios no se ajustan en el mercado de trabajo, como ocurre a menudo, los precios flexibles en el mercado de bienes en los que Marshall había confiado no son suficientes para que toda la producción sea consumida.

Por si fuera poco, esta evolución en el contenido de la teoría macroeconómica llegó de la mano de una revolución metodológica basada en el análisis de equilibrio general, con el reconocimiento de que los mercados interactúan entre ellos. A partir del supuesto de rigidez de salarios nominales, Keynes podía analizar las consecuencias de una reducción de la inversión, por ejemplo. Según él, si los salarios no se ajustan tras una caída de la inversión, habrá escasez de demanda en el mercado de bienes. Seguidamente, esta reducción en la demanda agregada dará lugar a un descenso del consumo y el ahorro. La relación entre el consumo y el ahorro permite calcular cuánto debería bajar la producción de bienes y servicios para igualar ahorro e inversión de nuevo. A su vez, esto permite conocer la destrucción de empleo que resulta de este proceso, provocado, recordemos, por un bajo nivel de inversión, más que por un nivel de salarios demasiado alto. Finalmente, el concepto de preferencia por la liquidez es necesario para entender que el tipo de interés no bajará lo suficiente como para prevenir cualquier episodio de escasez de demanda agregada. De este modo, Keynes superó el análisis marshalliano de la macroeconomía y demostró que la existencia de desempleo en equilibrio es posible. 

James Meade (1907-1995) fue el primero en formalizar el sistema expuesto por Keynes en la Teoría general.

Unos meses después de la publicación de la Teoría general, James Meade fue el primero en formalizar el sistema de Keynes por medio de nueve ecuaciones (Meade, 1937). No obstante, no se empezó a explotar realmente el potencial del análisis de equilibrio general hasta que John Hicks exogeneizó el nivel de precios y resumió el sistema de Meade en el modelo IS-LM. Más tarde, Paul Samuelson (1951, 1955) sintetizó tales aportaciones, incorporando salarios exógenos y un nivel de precios endógeno.

Como resultado, la obra de Keynes supuso un cambio de paradigma en el análisis económico, tanto en términos de contenido como a nivel metodológico, que guio la política macroeconómica durante la Edad de Oro del capitalismo (1945-1973). Antes de Bretton Woods, Keynes ya había ganado.