Por qué Fracasan los Países



¿Qué determina la riqueza de una nación? Esta conocida obra analiza en profundidad la influencia de factores como la geografía, la cultura o la historia en el desarrollo económico y político de un país, concluyendo que son las instituciones la variable determinante. Escrito por dos profesores del MIT y de la Universidad de Chicago, ha despertado incomodidades entre los críticos de las ideas liberales.


A base de ejemplos prácticos de comparación entre países y zonas con entornos similares, el libro sostiene que lo determinante para el desarrollo próspero son las instituciones de carácter inclusivo. Una institución inclusiva sería aquella sometida a la aprobación de la sociedad, y no diseñada por los gobernantes en su propio beneficio (esto sería extractiva). Según esto, los países con dictaduras, oligarquías o regímenes autoritarios son pobres, mientras que aquellos en los que hay una separación de poderes consolidada y un Estado de derecho, son prósperos. Esto es una simplificación que no siempre se ha cumplido, como demuestra el gran crecimiento económico que tuvieron en el corto plazo regímenes autoritarios (Unión Soviética, China...), pero la inciativa privada ha demostrado ser el principal motor de generación de riqueza, y difícilmente se puede proteger si no se respetan los derechos civiles más básicos.


El libro ha sido calificado a veces como "las políticas del sentido común", y es que muchos países no cumplen ni tan siquiera los preceptos más básicos de la gestión de empresas. Por ejemplo, el caso de Corea del Norte y del Sur es uno de los más claros: dos países muy homogeneos cultural y étnicamente, vecinos geográficamente, e incluso estuvieron unidos en el pasado. Los autores explican la pobreza de Corea del Norte por su falta de protección de la propiedad privada, el aislamiento comercial, falta de infraestructuras básicas, la planificación central y la ausencia de formación: es un país sin incentivos para la innovación, en el que no hay oportunidades económicas y la productividad no es recompensada. Sin embargo, Corea del Sur, cuyos gobernantes son responsables ante los tribunales y ante las urnas, es uno de los más ricos, además de tener una esperanza de vida y nivel educativo mucho mayores.


Es famoso el ejemplo de Nogales, una ciudad fronteriza entre Arizona y México. La investigación concluyó que la renta media de la parte mexicana era tres veces menor que la americana, la esperanza de vida era menor de 65 años y formación inexistente.  Para entender esta enorme diferencia, repasan la evolución de las instituciones a lo largo de la historia: la explotación española en México fue creando a lo largo de los siglos una élite autoritaria que se lucraba a costa de la esclavitud. La parte estadounidense se dio cuenta de que los indígenas serían más productivos si se les daba parte del territorio a cambio, con lo que se fue consolidando una sociedad civil más democrática y capaz de generar riqueza. Narran la historia contemporánea de Estados Unidos, resaltando los episodios de prevención de formación de oligarquías, como la ruptura del monopolio ferroviario de J.P. Morgan, el petrolero de Rockefeller (Standard Oil) o la Microsoft Company. Mientras tanto en México, los pocos que conseguían hacer fortuna eran expropiados o gravados con impuestos confiscatorios.


Otro ejemplo es Congo, que apenas se ha desarrollado desde su independencia (en contraste con otros países de su entorno, como Botswana), simplemente por que el dictador Mobutu Sese Seko prefirió seguir extrayendo el capital nacional para su beneficio personal (cleptocracia), ocupándose de conflictos bélicos tales como las consecuencias del genocidio de Ruanda y nacionalizando propiedades comerciales, tanto nacionales como extranjeras.


Hacen un repaso al colonialismo como germen principal, diferenciando según el colonizador y analizando la situación actual y de las últimas décadas en estos países. Un caso llamativo es Sierra Leona, cuyo presidente desmanteló la red de ferrocarriles que permitía la distribución de casi todos los bienes de comercio (café, cacao, diamantes, provenientes del sur) para consolidar su poder, ya que su base de votantes estaban fundamentalmente en el norte. Otra política extractiva es la regulación del comercio mediante, por ejemplo, precios mínimos o máximos (o cantidades límite), orientadas a enriquecer a la élite a costa de las masas populares (que muchas veces eran además el medio de producción agrario). Muchos de estos gobiernos tienen un caraácter familiar, controlan importantes recursos naturales (que a consecuencia del bajo nivel de desarrollo suelen ser los principales, caso de la nacionalización de los diamantes de Botswana por la etnia del gobierno), corrompen la Adminsitración (oficinas de aduanas, impuestos abusivos o discriminatorios...) e incluso crean sus propias fuerzas de seguridad (continuando el ejemplo de Sierra Leona y su dictador Siaka Stevens).


Es recurrente el ejemplo de Zimbabwe cuando se habla de políticas monetarias inexistentes: la hiperinflación causada en el año 2000 enriqueció enormemente al dictador Mugabe (casualidad?), mientras que propulsó la tasa de desempleo al 94%. Algo parecido sucedió con la explotación infantil en los campos de algodón de Uzbekistán (no solo en EEUU), un mercado muy intervenido por la familia gobernante. Aunque los autores señalan el colonialismo como raíz fundamental de las instituciones extractivas, las estructuras del apartheid también han contribuido a la pobreza de esas naciones, por no hablar de guerras civiles o desplazamientos de masas.


Para conseguir unas instituciones inclusivas, el poder político debe ser resultado de la decisión del pueblo y además ostentar el monopolio de la violencia (ius puniendi). La élite económica tiende a influir al poder político, por lo que es crucial establecer mecanismos tanto de prevención como de detección. Esta redistribución del poder es ineludible, no solo por respeto a los derechos humanos y la democracia, sino por eficiencia económica: el progreso tecnológico y la innovación son los principales motores de crecimiento, además de la productividad y el ahorro. Es prioritario tener una ciudadanía bien formada, darle icentivos que recompensen un buen rendimiento laboral, y tener una regulación flexible que posibilite las iniciativas empresariales y la libertad en el ámbito laboral. Por estos motivos, es previsible que se estanquen las naciones más autoritarias, no es arriesgado afirmar que el crecimiento de China es insostenible, al menos al ritmo de la última década.


No son muchos los casos de países que han conseguido pasar de instituciones extractivas a inclusivas. Normalmente es la muerte del dictador la ocasión para el cambio, pero también las revoluciones o guerras civiles crean escenarios propensos a reducir el poder de las élites y establecer regímenes constitucionales. Hay ejemplos recientes como Chile, Brasil, México, Tanzania, Botswana o Etiopía, que según los autores tienen un futuro prometedor por delante. Hay que aprender de los errores cometidos por el neo-liberalismo en los 90 (centrados las reformas drásticas) y examinar al detalle las micro-políticas, porque cuando hay corrupción son las élites las que ejercen su influencia mientras se diseñan las reformas. 


En conclusión, la reforma de las instituciones nacionales es el primer problema que debe solucionar el país que aspire a obtener prosperidad y libertad para sus ciudadanos, y por desgracia no hay mucho que podamos hacer los demás países para ayudarles. Los autores calculan que aproximadamente el 80% de las ayudas financieras que se envíen a países con instituciones extractivas acabarán en los bolsillos de la élite y no generando riqueza, por lo que el principal apoyo debe venir de las relaciones internacionales.